20/11/2025
Pablo Martínez Calviño, socio nº3 de ASPROMETAL, dedicó más de dos décadas a la soldadura industrial hasta que una lesión le obligó a cambiar de rumbo. Lejos de rendirse, encontró en la docencia una nueva forma de seguir vinculado a su oficio. En esta entrevista nos habla de su trayectoria, del duro proceso de adaptación y de cómo hoy transmite su experiencia a las nuevas generaciones.
¿Cómo y cuándo comenzaste tu carrera como soldador en el sector industrial?
Comencé mi carrera como ayudante en el sector industrial en el año 1992 cuando obtuve mi primera oportunidad en una empresa de montaje industrial llamada AUXIMET. Al principio comencé como ayudante, como la mayoría me imagino, pero desde el primer momento me atrajo el trabajo manual y la precisión que requiere la soldadura, y con el tiempo me formé profesionalmente como soldador. Desde entonces, he trabajado en diversos proyectos que me han permitido crecer tanto técnica como personalmente.
¿Qué tipo de trabajos has realizado y en qué sectores o proyectos participaste como soldador?
A lo largo de mi carrera como soldador he trabajado en los sectores de la alimentaria, en distintas fábricas. Después me pasé al sector naval en la antigua Astano de Ferrol y más tarde me adentré en el sector de las petroquímicas o refinerías, donde he estado trabajando la mayor parte de mi carrera laboral. En estos entornos, he realizado soldaduras de alta precisión con procesos como MIG, TIG y electrodo revestido, trabajando con materiales como acero inoxidable, aleados y acero al carbono. Participé en proyectos de construcción de plantas de la industria láctea, reparación de buques, fabricación de tuberías industriales, donde era fundamental garantizar la calidad y seguridad de cada unión.
¿Puedes contarnos cómo fue el proceso que te llevó a recibir la incapacidad permanente?
Claro… todo empezó con un accidente doméstico bastante tonto, de esos que uno nunca piensa que van a cambiarte la vida. Me caí en casa y me lesioné los pies, vino una ambulancia para trasladarme al hospital, después de hacerme las pruebas pertinentes, el diagnóstico fue fractura bilateral de calcáneo. Ahí ya me di cuenta de la gravedad de la lesión. Después de la recuperación relativa claro, pasé por varias consultas médicas, fisioterapia, pruebas diagnósticas… y aunque intenté seguir adelante, cada vez me resultaba más difícil hacer tareas básicas, y ni hablar de volver a trabajar.
¿Cómo fue afrontar el diagnóstico de una incapacidad permanente tras tantos años en activo como soldador?
Después de tantos años como soldador, uno se identifica con su trabajo, con la rutina y con sentirse útil. Cuando me dijeron que ya no podría continuar, me pregunté, ¿Qué voy a hacer ahora de mi vida?. Al principio sentí rabia, luego tristeza… y después vino la etapa de aceptación. Me costó asimilarlo, pero poco a poco fui entendiendo que esto no era el final, sino un nuevo comienzo. Tuve que reconstruirme, buscar nuevos propósitos, y apoyarme mucho en mi familia y amistades. Fue duro, pero también me enseñó a valorar otras cosas que antes pasaban desapercibidas.
¿En qué momento te diste cuenta de que la docencia podía ser un nuevo camino profesional tras la baja médica?
Pues, lo primero que hice fue ir a una orientadora laboral especializada en gente con discapacidad, te dice las opciones que tienes y la que más me gustó fue esta. Poco a poco empecé a imaginarme frente a una clase, transmitiendo todo lo que había aprendido a lo largo de mi carrera. Ahí entendí que la docencia no solo era una alternativa, sino una oportunidad para seguir aportando, desde otro lugar, con la misma pasión.
¿Cómo fue el camino de preparación o formación para poder dar clases? ¿Qué especialidades impartes?
Empecé por formarme en pedagogía y técnicas de enseñanza, y también hice cursos específicos relacionados con mi especialidad, para poder transmitir no solo conocimientos, sino también experiencia práctica. Fueron meses intensos, entre clases, certificaciones y prácticas. Enseñar no es solo hablar, es conectar, adaptar y motivar.
Ahora imparto clases de técnicas de soldadura, prevención de riesgos laborales en soldadura e interpretación de planos técnicos y me encanta ver cómo los alumnos avanzan.
¿Te surgieron miedos o inseguridades al comenzar tu camino como docente tras tantos años dedicado a otro oficio?
Sí, claro que sí. Después de tantos años dedicándome a un oficio tan técnico como la soldadura, dar el salto a la docencia me generó muchas dudas. Me preguntaba si sería capaz de conectar con los alumnos, si tendría la paciencia necesaria, o incluso si me iban a tomar en serio sin experiencia previa en un aula. Pero también sentí curiosidad y ganas de aprender algo nuevo.
Lo que me ayudó fue recordarme que lo que tenía para compartir no era solo teoría, sino años de experiencia real. Eso, con formación y constancia, me dio seguridad poco a poco. Hoy miro atrás y me doy cuenta de que esos miedos fueron parte del proceso para crecer en esta nueva etapa.
¿Qué apoyos personales o profesionales fueron clave para dar ese paso hacia la enseñanza?
La verdad, no lo habría logrado sin el apoyo de mi familia y amigos. En lo personal, mi familia fue un pilar fundamental: me animaron cuando dudaba, me escucharon en los momentos de frustración y celebraron cada pequeño avance conmigo. Saber que creían en mí me dio fuerza para seguir.
Y en lo profesional, tuve la suerte de encontrar a un buen mentor en el primer curso que impartí ya que él tenía muchos años de experiencia, estaba impartiendo otro curso en el mismo centro y fué clave en mi formación como docente. Algunos docentes me guiaron con paciencia, compartieron sus experiencias y me ayudaron a encontrar mi estilo como profesor. También recibí mucho apoyo de antiguos compañeros del sector, que me recordaban que tenía mucho valor que aportar desde mi experiencia práctica. Todo eso fue clave para dar el paso con confianza.
¿Cómo influyó tu trayectoria previa en tu forma de entender el aula como un nuevo espacio de trabajo?
Mi trayectoria como soldador marcó profundamente mi forma de entender el aula. Estoy acostumbrado a ambientes exigentes, donde se valora la precisión, el trabajo en equipo y la seguridad, y eso lo trasladé a mi manera de enseñar. Para mí, el aula no es solo un espacio donde se transmite teoría, sino un lugar donde se forma actitud, responsabilidad y respeto por el oficio.
Además, mi experiencia en el mundo real me permite dar ejemplos prácticos, explicar el “por qué” de cada procedimiento, y anticipar errores comunes. Creo que eso conecta mucho con los alumnos, porque sienten que lo que aprenden tiene una aplicación tangible. En lugar de verlo como un cambio de rumbo, lo veo como una evolución natural: sigo formando profesionales, solo que ahora desde otro ángulo.
¿Cómo fue pasar de trabajar con tus manos a transmitir lo que sabías a otros?
Fue una transformación profunda. Al principio me costó soltar la rutina de usar las manos, de crear y arreglar cosas yo mismo. Estaba acostumbrado a medir resultados con los ojos y el tacto, no con palabras o explicaciones. Pero cuando empecé a enseñar, me di cuenta de que también se puede construir desde el conocimiento: ves cómo alguien enciende una chispa en su cabeza gracias a lo que compartiste, y eso también tiene un impacto tremendo.
No fue inmediato ni sencillo. Tuve que aprender a traducir lo que siempre hice de forma casi instintiva, y convertirlo en algo comprensible, estructurado y útil para los demás. Pero ahora me doy cuenta de que sigo trabajando con mis manos… solo que a través de las manos de mis alumnos.
¿Qué diferencias notas entre lo que se enseña en los centros y la realidad que se vive en el tajo?
Una de las diferencias más evidentes es que en los centros se parte mucho de lo ideal: los manuales, las normas, los procedimientos perfectos. Pero en el tajo, en el día a día real, te enfrentas a imprevistos, limitaciones de materiales, tiempos ajustados o condiciones que no siempre son las óptimas. Ahí es donde realmente pones a prueba lo aprendido.
Por eso, en mi enfoque como docente, intento equilibrar ambas cosas. Es importante que los alumnos conozcan la teoría, claro, pero también intento prepararles para la flexibilidad, para tomar decisiones cuando las cosas no salen como en el papel. El oficio se aprende tanto con cabeza como con manos, y esa parte más vivida, más práctica, creo que es clave transmitirla.
¿Qué le dirías a un trabajador del metal que, como tú, se ve obligado a dejar su oficio por motivos de salud?
Le animaría a no cerrarse puertas, a explorar otras formas de estar vinculado al sector o de descubrir nuevas pasiones. Y, sobre todo, a pedir ayuda cuando la necesite: nadie tiene que atravesar este tipo de cambios solo. Yo encontré apoyo en lugares que no imaginaba, y eso marcó la diferencia.